Me lo dijo a la cara:
"eres muy guapa, pero..."
dejé de escuchar.
Dios, por qué a mí.
Yo que era tan guapa, pero...
me cerró con las mismas.
Nunca supe si fue mi acierto,
nadie juega con barbies rotas.
Me amaba tanto que dolía,
tanto que jamás me convino.
Aborrezco mi existencia, luego existo.
Le dije "yo no valgo para esto.
Sayonara, mi amor, no lo dudo:
eres lo más bonito que he visto."
Es verdad que todo pasa factura,
yo no pedí que me escogiera
y sin quererlo fui su favorita.
Dios, ¿para qué existo?
No soy la única que sufre;
conmigo lo hace todo mi cuerpo.
Noto la tensión en cada músculo,
hasta en los párpados
y por más que los cierro no duermo.
No soy de sangre fría ni una momia. Soy hielo.
Volvió tras pasar cien noches despierta
preguntándome por qué se había ido,
solo yo podía curarlo sin besar
su herida, sin meter el dedo en la llaga,
y lo supo siempre, en el fondo.
Innegable fue una realidad
más allá de su crisma, si la hubo;
trabada en la mitad del camino,
en una lucha entre mi ego escuálido
y la terquedad que lo envolvía.
No fue capaz de entender mi hastío.
¿Duele más el habla o el hecho?
El ciego ve más que yo,
que intento coserme los ojos,
que me clavo las uñas para no verlo.
"Por qué a mí", mil veces me repito.
Hoy se ha dado cuenta
de cuánto le llenaba mi vacío
y ha llorado delante del resto.
Yo también he llorado,
y me he dado un abrazo
porque solo soledad me llena.
Aborrezco mi existencia, luego existo.
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