Podría atribuirle el que estemos hechos el uno para el otro a cualquier tontería que fuera del círculo "tú y yo" nadie entiende.
Podría callarme la boquita, fingir mi desaparición y seguir buscando tu tacto en unas huellas distintas, pero no quiero volver a serme infiel.
He decidido que si vuelvo a arrepentirme, no va a ser porque la valentía de la que carezco o mi exceso de orgullo hayan impedido reconocer cuánto te necesito.
Ni siquiera habían pasado 48 horas desde que me dijiste tu nombre y ya era consciente de que iba a enamorarme de ti; después vino un naufragio donde me colmé con la misma tranquilidad que un marinero tiene al saber que llegará la calma después de la tormenta: fue mero instinto lo que me llevó a la indiferencia.
La desconfianza es mi tendencia, ya lo sabes.
El día que decidiste buscarme la alegría en mí volvió a nacer, aunque por odio casi la confundo. Desde entonces he sufrido por la necesidad de secuestrarte, de pedirte un millón de besos de rescate y de volverme una mantis religiosa para asesinarte con mis propias manos.
Pero soy débil y me derrito con cualquier estupidez que me digas, como cuando me propusiste escaparnos a ver la lluvia de estrellas, y te quedaste en mi constelación de lunares.
Si no te tuviera miedo me encantaría decirte que te quiero más de lo que admito. Suena fácil, ¿verdad?: me gustas. Y, sin embargo.
No puedo. Me diste la opción de hacerme mil preguntas, de sentarme sobre mis lágrimas esperando tu llamada, de odiar cada poro de mi piel en el que se había colado tu olor e incluso tú te subiste al carro.
Lo siento, pero esta vez no voy a reservarme el derecho de decidir nuestro rumbo. Tendremos que dejarlo en interrogante, así como soy yo, así como tú eres, ¿no? Volubles. Hoy te adoro, mañana me agotas.
Tengo una intuición que apenas se equivoca, la misma que me dijo que esto pasaría, y ahora me pide que me aleje, y cuando me desvele me rogará que vuelvas.
Tonta de mí, que me tapo las orejas para no escucharla.
Tantos ornamentos para admitir algo que se simplifica a dos palabras que ni siquiera te digo, mientras que tú tienes la poca vergüenza de tenderle la mano a mis mayores inseguridades; y eso es lo más frustrante de tenerte: porque prefiero la muerte antes que volver a perderte.
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