A veces me ataca un mar de congoja cuando te pienso, o cuando remisa a deshacerme de tu recuerdo leo las parcas palabras que me escribías.
No puedo negar la sonrisa que ilumina mi rostro cuando me imagino la dulzura que pocos logran ver en el verde de tu iris.
No sé si me enorgullece que tras los infiernos de mi indómito carácter no me dieras más remedio que ceder y darte la razón.
Quizás en una fecha señalada llegue el día en el que al cruzar por el lugar de nuestra última despedida no derrame una lágrima.
Quisiera que sepas que por cada día que te quise he llorado cuatro, y ni siquiera he llegado a la mitad del duelo.
Extrañan el tacto de tus manos hasta las guedejas que se me escapan por la frente cuando me recojo el pelo.
Todo se me antoja insuficiencia comparado a tus dádivas, tu pureza, compartir silencios y ser contigo.
Pocas veces me he sentido tan identificada como con los tres caracteres que tenías tatuados sobre el ombligo.
Vago por las calles acaparazada por el rechazo que la desgana del resto me provoca, una coraza que ya nadie fisura.
Observo la cadencia de mi canción favorita y me envuelvo en ella a la espera de que me saque de este ensimismamiento.
Si me dijeras "ven" no lo dejaría todo pero me lo pensaría.
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