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sábado, 1 de julio de 2017

Perdona, no tengo tiempo

Qué lentas pasan en ocasiones las horas. Qué rápido pasa siempre el tiempo. Cómo surge, se diluye en sus agujas y pasa; pasa todo. Cómo me cuesta darme cuenta. Qué gran incertidumbre me envuelve cuando lo hago.

El tiempo no quiere darme tiempo para reaccionar. No quiere que recuerde los comienzos. No me quiere a mí, pero tengo la firme sospecha de no quiere a nadie.

En miedo se esconde y no me aguanta la mirada. Mi miedo más grande es el tiempo. Es el miedo que me ahoga, porque a medida que pasan las horas, se multiplica.

Como un reloj que deja de funcionar al quedarse sin pilas: el tiempo viene y va. Nos hace quedarnos en el presente, imaginando un futuro remoto o arrepintiéndonos de un pasado cercano.

En mentiras se refugia cuando me deja dejarme querer. En mis ojos se refleja cuando me arruino en alegría. Pero se escapa en mi locura y aún así, no puede evitar cruzarse en mi camino.

El tiempo me ha atrapado cuando yo creía que ya se había ido. En el fondo sabía que estaba ahí, aunque me autoengañé de forma inocente y fingí no saberlo. Porque cuando me agarra de la mano y me dice "vamos" no soy capaz de no seguirlo, aun sin saber si me quiere llevar a descubrir las puertas del paraíso o de cabeza al infierno.

Entonces, llegamos al final y me doy cuenta de que no me dirige hacia ningún sitio: me coloca directamente al borde del abismo. Donde pretende que salte al vacío en el que se hallan mis emociones.

En mi angustia se encuentra y se pierde buscando la salida. ¿Y qué es lo que hago yo mientras tanto?

Lo único que hago es perder el tiempo.


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