Empecé a escribir
porque me enseñaron
que estaba mal sentir.
Revelarase ante el papel
se antoja sumamente fácil:
mi diario es mi confesionario,
el rincón donde mitigar el dolor,
el único lugar donde desnudarme,
donde no necesito conjuntar el color
de la identidad que a día de hoy
elijo cada mañana para disfrazarme.
Porque Dios, sí: aprieta
y cuando se enfurece ahoga,
pero si quieres hablar de la soga
en la casa donde murió el ahorcado,
traerás nefastas consecuencias
y acabarás suicidándote a su lado.
Soy de las que convierte en refugio
cualquier cosa que le perjudica.
Me llaman manipuladora, tóxica,
incoherente y autodestructiva.
Pero soy irracional, indiscreta,
desequilibrio que alterna
sevicia con inocencia,
para ti una incógnita,
la basura que no saco,
una bolsa de secretos.
No pretendo engañarte:
aquí la lluvia cae por dentro.
Desencantada, me llamo Cintia.
Mi amparo se halla en la música
que me hace sentirme activa,
vivo en la empatía con aquella
lejana y eterna generación perdida,
enamorada del Gran Gatsby,
de las canciones de Ronnie Radke,
cerca de Wilde, de Cernuda y Espronceda.
Mi vida son los artistas y poetas
que no conoceré mientras viva.
Soy la que elige la calma
frente al ruido, antepongo
mi gusto anticuado
a este moderno mundo vacío,
intento reflejar la complejidad
de mi juicio inestable
jugando con polisemia
en perversos escritos,
y aún así guardo las apariencias
que me hacen merecedora de un Oscar,
porque, en el fondo, me siento
tan mal acompañada como sola.
Por eso me temo,
me anulo con egoísmo,
pero ya no me asusto,
porque ahora entiendo
que no me invalida
puntuar alto en neuroticismo.
Esta es mi personalidad,
la que abrazo y acepto
a pesar de haberla tratado
con un desprecio infinito.
Por eso este es el lugar
en el que me permito
ser frágil y sincera.
Por eso cuando
cierro el cuaderno
y aparco el bolígrafo,
me visto de seda,
me pongo la careta
de la falsa sonrisa,
y tres, dos, uno ¡acción!
Ahora aparento decencia,
con tu permiso.
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